1. MIS CONFESIONES
Quiero comenzar desnudando mi ego, mi alma, mi corazón y mi espíritu que en muchas cosas los tuve arropados y arrinconados como se guardan aquellos objetos o cosas de las que no queremos salir, pero que tampoco usamos ni queremos mirar y si acaso llegan de los recuerdos a la conciencia, con cualquier disculpa de no poderlos atender los despachamos para el cuarto de San Alejo a que sigan durmiendo el sueño de los justos.
En primer lugar confieso que he sido un adicto al trabajo, en el trabajo he crecido como ser humano, gracias a la colaboración de mi grupo familiar, mis compañeros de labores y la confianza que he tenido en mis capacidades, si bien escasas por lo menos suficientes. Nunca me he quedado un día sin un trabajo que de alguna manera me garantice la subsistencia, porque si no tengo de sobra tampoco me ha faltado, ¡y así está bien! Trabajé treinta años en el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje) y me puse como Meta no estar en el mismo cargo más de tres años, asumiendo cualquier riesgo pero confiando en mis potencialidades, en el amor al trabajo y en mis ganas de ser útil, de ahí, que después de ingresar como Instructor termine como Subgerente y Secretario de la Regional del Sena-Valle.
En segundo lugar, nunca la jubilación o la pensión fue mi obsesión, por lo tanto, la acepté en cumplimiento de la ley y porque era la oportunidad para explorar otros espacios laborales, cómo ha sido la cátedra y las asesorías, y todo esto, en las áreas de la educación y el trabajo social. La educación por la herencia de mi padre y mi hermano Antonio y lo social, porque parece ser que la vida de la infancia marcada de tantas necesidades pero no de insuficiencia alimentaria, me llevaron a entender que cuando uno se entrega de corazón, y da sin esperar recompensa, así sea el más elemental de los servicios, el ser humano se reboza de alegría, satisfacción y contento. ¡Esta es la recompensa del servicio!
En tercer espacio, el entrar a una clínica u hospital me producía estrés, y en cuanto pudiera evitarlo, lo hacía. Es una fobia que de pronto me llega por el hecho de haber estado en un hospital por más de un año a la edad de los catorce cuando el accidente de mi mano y vi desfilar tanto herido y muertos por el lado de mi cama, creo que eso me dejó marcado para siempre y como consecuencia de lo anterior para mí siempre ha sido un martirio asistir a un velorio o cementerio. A mis muertos los pienso de lejitos y los lloro de corazón.
En cuarto evento, creo que todas las veces que visite a mi padre en la clínica, cuando ya viejo y enfermo me dejaron incrustada la imagen y sensación, de cuando a mi me llegara el turno, pensaba que de seguro reusaría ir a la clínica. Pero la vida es impredecible y no es como una la elige, aun cuando en ocasiones se construye futuro, sino como ella lo trata y ahora me tocó a mí.
Y en quinto lugar, siempre le tuve fobia a un cáncer, para mi leer artículos sobre este tema no era mi gusto, por el contrario lo evitaba, conversaciones al respecto, las desviaba y siempre pensé como nota final de mis días un infarto. Debo decir, que durante el tiempo que he trabajé nunca estuve incapacitado, como nunca hice uso de consultas médicas, salvo de golpes y caídas. Por ello, temía que el día que me tocara iba a ser muy definitivo. Obviamente, esto no se lo comentaba a nadie y es el “guardadito que cada quien lleva por dentro”
¿Y por qué me detengo para decir todo lo anterior? Porque cuando menos lo pensé y menos lo esperaba me vi enfermo y en la clínica y entonces mi primer trabajo para aceptar mi situación fue sacar a la calle todas mis fobias y prevenciones.
Dejo expresa constancia de mis reconocimientos, agradecimientos y gratitud a mi grupo familiar, familia en general y amigas y amigos porque sus energías y oraciones me han llegado como bálsamo al corazón
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